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Más allá de las etiquetas de género

Reconstruyendo la Humanidad desde la crisis de género hacía la inteligencia emocional


En la encrucijada de los desafíos contemporáneos, se revela una profunda crisis que trasciende las etiquetas de género. Tanto hombres como mujeres enfrentamos una carencia significativa en la inteligencia emocional, relacional y habilidades de comunicación. En este escrito inicio un análisis que busca explorar las complejidades de la crisis de género, abordando la masculinidad y la feminidad, al tiempo que deseo encontrar vías para la reconstrucción desde la base de la comprensión emocional y las conexiones humanas.


Desde la pérdida de modelos tradicionales hasta la resistencia al cambio, veo en el espacio terapéutico y en las conversaciones con los hombres cercanos, como la contemporaneidad los ha llevado a enfrentan una crisis que demanda una profunda reflexión, de ellos en primera medida y de nosotras las mujeres, más allá de las relaciones heterosexuales de pareja, tanto hombres como mujeres de las diversas orientaciones sexuales, estamos abocados todos los días a relaciones con personas del otro sexo bilógico y con seres diversos en su expresión del ser y su orientación sexual, erótica y afectiva.


No es necesario ser heterosexual para que un hombre enfrente los retos de relacionarse con las mujeres ni para que una mujer se enfrente a los retos de relacionarse con los hombres, en las dinámicas familiares, escolares, laborales y sociales, todos, todas y todes, estamos en interacción constante y es en la interacción con lo diferente donde aparece el reto de nuestra humanidad, llena de miedo, culpa y vergüenza de ser en la individualidad y condenada a siglos de hegemonías reduccionistas de la diferencia, como mecanismo de control y sostén del status quo, que demandó por siglos una forma de ser mujer, una forma de ser hombre y una forma de ser familia.


La pérdida de modelos de referencia se atribuye tanto a su obsolescencia como a su incapacidad para satisfacer las necesidades afectivas y relacionales de los seres humanos en la actualidad. Surge la inseguridad en torno a la definición de los valores masculinos y femeninos, trascendiendo si son personificados por un hombre, una mujer o por una persona diversa sexualmente. Además, la violencia en todas sus matices y formas de expresión se manifiesta como una expresión de impotencia emocional, ya sea en las antiguas formas machistas o en las nuevas formas feministas. La resistencia arraigada de hombres y mujeres patriarcales a nuevos roles de género compone facetas interconectadas de una realidad compleja.


Después de décadas de lucha por la liberación y el empoderamiento, hombres y mujeres enfrentamos hoy desafíos únicos y propios de la crisis que exige cambios. En la experiencia de las mujeres, he podido observar la presión para desarrollar cualidades masculinas que no solo permiten un desarrollo integral del ser, sino que nos llevan a asumir roles tradicionalmente otorgados a los hombres. Esta competencia exacerbada nos impulsa a hipermasculinizarnos, dificultando la conexión con nuestras cualidades femeninas esenciales. Este desequilibrio resulta en enfermedad, agotamiento y la experimentación de la agresión y la violencia como formas de resolver conflictos, prácticas que no distan mucho de las estructuras patriarcales que tanto hemos luchado por superar a lo largo de los siglos y que, lamentablemente, replicamos consciente e inconscientemente en la actualidad.


Esta situación se agrava aún más por la escasez de hombres que abracen plenamente la evolución de la feminidad en su integridad. Esta carencia crea un terreno difícil de navegar para las mujeres, ya que se ven obligadas a enfrentar una elección complicada: luchar con los hombres para asegurarse un lugar en la esfera social, replicando inadvertidamente las prácticas patriarcales, o sucumbir a la negación por parte de los hombres de asumir la tarea que les corresponde en el proceso evolutivo de la humanidad. Este proceso requiere que los hombres cuestionen y superen sus prácticas patriarcales y machistas, las cuales también les han limitado la posibilidad de integrar plenamente los valores y cualidades femeninas del ser.


En medio de esta crisis, una verdad irrefutable emerge: ambos sexos comparten la carga de la desconexión emocional y las deficientes habilidades de comunicación.


Además, enfrentamos la ignorancia sobre la complejidad humana, una ignorancia que ha sido cultivada a lo largo de siglos de alienación. La expresión auténtica de sentimientos y pensamientos a menudo se ve constreñida o distorsionada, lo que contribuye a relaciones superficiales y conflictos no resueltos que se heredan de generación en generación. Estos problemas se agudizan con la polarización en torno a conceptos como género, sexo, orientación sexual e identidad de género, perpetuando así las tensiones y divisiones en la sociedad.


Frente a la emergencia de la diversidad, no tardan en surgir los devotos conservadores que levantan sus estandartes del miedo al cambio. Estos individuos, llenos de temor, prefieren mirar hacia atrás, incluso si eso significa convertirse en estatuas de sal. Optan por la violencia de eras anteriores, argumentando que en los tiempos en que todo estaba en el orden establecido, los hombres actuaban conforme a los roles tradicionales: machos alfas dominantes y depredadores de mujeres y niños dentro y fuera del hogar. Mientras tanto, las mujeres, sometidas, sostenían estas prácticas en defensa del amor y la familia. Replicaban estas dinámicas en la educación que brindaban a sus hijos e hijas, marcando claras diferencias que mantenían a sus hijos varones en posiciones privilegiadas, mientras que a sus hijas mujeres no las acogía la sororidad, sino la tiranía de una madre machista.


En este panorama, los conservadores rechazan las transformaciones propuestas por la diversidad y se aferran a modelos de relaciones obsoletos, perpetuando así dinámicas de poder y control que han sido causa de sufrimiento y desigualdad. Su resistencia al cambio, alimentada por el miedo, impide el avance hacia una sociedad más equitativa y respetuosa. En lugar de adaptarse a las nuevas realidades, eligen sostener estructuras que, aunque conocidas, son violentas e irrespetuosas con la diferencia. Este apego a la rigidez del pasado no solo obstaculiza la evolución, sino que también contribuye a la perpetuación de patrones nocivos que han marcado las relaciones humanas a lo largo de la historia.


Frente a este panorama la vía hacia el cambio y la reconstrucción de una humanidad que supera la polarización, no está en si somos mujeres o hombres, si somos heterosexuales y sostenemos el modelo de familia heteropatriarcal o si somos diversos y damos lugar a las múltiples formas de ser familia, tampoco en si somos femeninos o masculinos. La vía de corrección está en la comprensión del ser humano como un ser integral, un ser que más allá de su sexo biológico, de su identidad y orientación sexual, está en potencia de desarrollar las cualidades femeninas y masculinas del Ser, entendiendo estas cualidades como complementarias del Ser total y no fragmentado.


Aquí es donde la inteligencia emocional se erige como un pilar fundamental para sobrepasar la crisis de género y edificar una humanidad más conectada. Este viaje de autocorrección en nuestra percepción del ser humano, destinado a liberarnos de la dualidad y conducirnos hacia la comprensión de la polaridad energética en la expresión humana, se asemeja a una dinámica constante entre la energía femenina y la energía masculina, como el Yin y el Yang, en un eterno fluir de movimiento, transformación y creación. Este proceso implicará una serie de pasos cruciales.


La primera senda de este camino nos guía hacia la autoconciencia emocional. Es fundamental cultivar la reflexión personal, sumergiéndonos en una exploración profunda para comprender y aceptar nuestras emociones. La incorporación de prácticas como la meditación y el mindfulness se convierte en una herramienta esencial, proporcionando no solo la fortaleza para fortalecer nuestra conexión interna, sino también tejiendo un vínculo más profundo con nuestro mundo emocional. Este proceso diario se traduce en una atención constante a nuestras experiencias emocionales, permitiéndonos avanzar hacia una comprensión más completa y auténtica de nosotros mismos y de los demás.


La experiencia de la autoconciencia emocional se manifiesta de manera única en hombres y mujeres, aunque comparten similitudes en su viaje hacia una comprensión más profunda de las emociones.


En el caso de los hombres, la autoconciencia emocional implica a menudo desafiar las expectativas tradicionales asociadas con la masculinidad, que históricamente han limitado la expresión emocional. Este proceso puede requerir una mayor conciencia y aceptación de una gama completa de emociones, y la práctica de la meditación y el mindfulness puede ayudar a establecer este camino. Al adoptar una mayor autoconciencia emocional, los hombres pueden liberarse de las restricciones de roles de género rígidos y experimentar una conexión más auténtica consigo mismos y con los demás.


En cuanto a las mujeres, la autoconciencia emocional puede implicar la liberación de la presión para conformarse con estereotipos tradicionales de feminidad. Las mujeres pueden explorar y aceptar plenamente una variedad de emociones, y las prácticas como la meditación pueden ser herramientas poderosas para fortalecer esta conexión emocional interna. Al hacerlo, las mujeres podemos superar la polarización entre la hipermasculinidad y la hiperfeminidad, permitiéndoles abrazar una expresión más auténtica y equilibrada de sí mismas.


Ambos géneros se benefician de un proceso continuo de autoexploración y aceptación emocional, construyendo puentes hacia la comprensión mutua y la conexión en un nivel más profundo. Este viaje contribuye a la construcción de relaciones más auténticas y equitativas, liberándonos de las limitaciones impuestas por roles de género.


En esta crucial tarea de autocorrección que enfrenta la humanidad, la empatía se destaca como la brújula esencial que nos guía hacia una comprensión más profunda de las experiencias y perspectivas de los demás. La práctica de la escucha activa se convierte en un arte transformador, llevándonos más allá de la mera audición para lograr una comprensión genuina.


En el núcleo mismo de esta reconstrucción reside la imperiosa necesidad de mejorar nuestras habilidades de comunicación. Para los hombres, esto implica asumir la responsabilidad de desarrollar una masculinidad sana, donde la expresión abierta de pensamientos y emociones se convierta en un pilar fundamental. La tarea consiste en desafiar las restricciones tradicionales asociadas con la masculinidad, cultivando una comunicación respetuosa y transparente que construya puentes en lugar de barreras.


Por otro lado, para las mujeres, sostener una feminidad equilibrada y empoderada implica abrazar la comunicación abierta y honesta como un medio para expresar sus pensamientos y emociones de manera clara y respetuosa. Este proceso implica liberarse de las presiones de conformarse con estereotipos tradicionales y permitir una expresión auténtica.


Así, la comunicación se convierte en el tejido que fortalece los lazos humanos, permitiendo una conexión auténtica y profunda entre hombres y mujeres. En este camino de construcción de relaciones más igualitarias, la mejora de las habilidades comunicativas se erige como un componente vital para tejer una sociedad más conectada y comprensiva.


La autenticidad de cada individuo y el respeto por la diversidad se alzan como fuerzas transformadoras. Despojarse de la superficialidad se convierte en un acto de valentía, allanando el camino para construir relaciones fundamentadas en la verdad y la sinceridad. Valorar la diversidad de habilidades y fortalezas en las relaciones interpersonales se erige como un faro que ilumina la senda hacia conexiones más enriquecedoras y significativas. Este proceso demanda de cada ser humano, más allá de su sexo biológico, identidad u orientación sexual, la construcción de una ética sólida que promueva el respeto por los acuerdos sociales y los derechos humanos.


En la última etapa de este viaje transformador, la mentalidad competitiva cede su lugar a la colaboración y al apoyo mutuo. Reconocer que la auténtica fortaleza de la humanidad reside en la conexión y la colaboración se erige como la cúspide de esta travesía hacia la reconstrucción. En este punto, hombres y mujeres están llamados a converger en esfuerzos compartidos, tejiendo un tapiz humano que celebra la diversidad, la empatía y la colaboración como pilares fundamentales de una sociedad revitalizada. Esta sociedad supera la polarización, integra la diversidad e integridad de la vida y aprende a desarrollar su inteligencia emocional y relacional.


Explorar la intrincada red que constituye la crisis de género y la deficiencia de inteligencia emocional en nuestra era nos sumerge en la edificación de una humanidad más conectada y fraternal. Este proceso de autocorrección no solo implica superar las barreras de género que nos han arrastrado a conflictos y polarizaciones, impidiéndonos evolucionar, sino también abrazar la diversidad de expresiones del ser como un elemento central para avanzar hacia un futuro más equitativo y enriquecedor.


En este proceso de transformación, hombres y mujeres estamos convocados a unirnos en un esfuerzo colectivo para edificar una sociedad que aprecie la multiplicidad de experiencias humanas. La búsqueda de comprensión mutua se convierte en el fundamento sobre el cual se erige una red de conexiones auténticas, rompiendo las cadenas de la desconfianza, la ignorancia emocional y la falta de comunicación asertiva y afectiva que han marcado el pasado y que verdaderamente son la problemática que cultiva las prácticas de violencia y el desorden en los sistemas familiares y sociales.


La clave para superar esta crisis, reside entonces en reconocer que el respeto por la diversidad de expresiones del ser es fundamental en el tejido social del presente. En un mundo que cambia rápidamente, el desafío radica en avanzar hacia lo desconocido, en lugar de retroceder a modelos familiares violentos e irrespetuosos con la diferencia. La resistencia a caer en la tentación de los viejos paradigmas se convierte en la brújula ética que, guía esta travesía hacia una nueva era de relaciones humanas, donde el desarrollo de la inteligencia emocional es la clave que nos sacará por fin de la era de las cavernas que aún sobrevive en muchos hombres y mujeres que por ignorancia emocional no logran superar los patrones ancestrales de violencia, exclusión, desorden y desequilibrio, instalados en sus sistemas emocionales y relacionales.


La reconstrucción colectiva de una humanidad que se reconoce en códigos de fraternidad, implica redefinir los cimientos sobre los cuales construimos nuestras interacciones sociales. Más allá de los roles predefinidos por el sexo: hombre o mujer; o el género: masculino o femenino, surge una visión que celebra la diversidad como fuente de riqueza y crecimiento. Hombres y mujeres integrales, desarrollando sus cualidades femeninas y masculinas del ser, respetando sus diferencias en la expresión del ser, el sentir, el amar, el desear y experimentar la vida, se convierten en arquitectos de una sociedad donde la empatía y la colaboración son los pilares que sostienen estructuras más inclusivas.


Este proceso no es solo una llamada a dejar atrás las limitaciones del sexo y los roles de género distribuidos por el sistema patriarcal, sino también una invitación a cultivar la inteligencia emocional de tal manera que se nutra la comprensión y el respeto por las experiencias individuales y que, ante el conflicto natural en las relaciones humana, la violencia, la exclusión y aniquilación de lo diferente no sea la solución. La construcción de una humanidad más conectada con las emociones, requiere el compromiso colectivo de abandonar los patrones de comportamiento obsoletos y abrazar la evolución hacia relaciones más auténticas y significativas.


En última instancia, esta travesía no solo busca la equidad de género, sino una reconfiguración completa de la experiencia humana y las relaciones. Un tejido social donde la diversidad es celebrada, la empatía es la moneda de cambio y la colaboración es el lenguaje común. En este nuevo capítulo de la historia humana, hombres y mujeres se encuentran como compañeros de viaje, trazando juntos el mapa de una humanidad más conectada y vibrando fraternidad en vez de competencia y destrucción.


En el camino hacia una humanidad más conectada y equitativa, es esencial abordar no solo las violencias explícitas del patriarcado, sino también las violencias sutiles del matriarcado solapado que han tejido los modelos y patrones de relación en la vieja Era de la dualidad. Este es un llamado a superar los viejos paradigmas, a reconocer y respetar las experiencias diversas en la forma de expresión del ser, y a construir acuerdos éticos que permitan la libertad.


En la nueva Era que buscamos construir, femenino y masculino no son compartimentos estancos, sino un abanico de posibilidades para la expresión del ser humano total e integral. Ya no se trata de dividir a la humanidad entre hombres masculinos y mujeres femeninas, sino de abrazar la complejidad de los seres humanos integrales que desarrollan tanto las cualidades femeninas como las masculinas, entendiendo que ambas son esenciales para una existencia plena.


Es imperativo superar la herencia de violencias infringidas por el patriarcado, donde los hombres encarnaron los valores del macho alfa dominante y depredador, y las mujeres, en muchos casos, se convirtieron en guardianas del machismo que las violentaba. Así mismo, la crianza de hijos e hijas para mantener el sistema patriarcal y las diferencias de género como valores establecidos debe ser cuestionada y transformada.


Sin embargo, la superación de estas violencias va más allá de simplemente cambiar de roles. También implica abordar con preguntas la crisis de hombres hiperfeminizados e inmaduros con miedo al compromiso que exige la vida de pareja, al paternidad, la vida de familia y la comunidad y la crisis de mujeres hipermasculinizadas, acorazadas y en clara competencia por ser vistas y reconocidas, luchando todos los días por ser las super mujeres, agotadas y enfermas por integrar la polarización propia de la crisis actual.


En este contexto, la idea de ser un ser total, no dividido, aún no es concebible para mentes presas de la guerra de los opuestos, por eso es necesario trascender las mentes polarizadas y fanáticas que tienen miedo de reconocer en la diversidad la expresión más bella de la humanidad. La complejidad de la vida humana es una riqueza incalculable que desafía las mentes lineales y las invita a superar la crisis actual con actos creativos. La tendencia de volver atrás, a los modelos conocidos, aunque violentos e irrespetuosos con la diferencia, requiere la capacidad de afrontar el vacío y avanzar hacia una humanidad más incluyente que se hace responsable de crear lo nuevo, lo que aún no hemos experimentado, lo que nos reta pero nos permite evolucionar.


En este viaje hacia la superación de las violencias del pasado y la construcción de una humanidad integral, la inteligencia emocional emerge como una herramienta crucial. La gestión de conflictos naturales de la diferencia, el reconocimiento de la diversidad como una fuente de enriquecimiento y la creación de un tejido social basado en el respeto mutuo son actos fundamentales para el renacer de una humanidad que abraza su complejidad y se mueve hacia un futuro de conexiones auténticas y relaciones significativas.


En amor, servicio y aprendizaje.

Li


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